–Hacía algo más de cinco años que había quedado ciego repentinamente. Recobró algo la vista, pero desde diciembre de 1869 no pudo volver a leer. Eran frecuentes los ataques apopléticos. La vida austerísima, las correrías apostólicas, la lucha contra las mil dificultades que encontraba su Congregación, habían acabado con sus fuerzas. Santamente, como había vivido, pasó de este mundo a la Casa del Padre, de la mano de María.
Atrás dejaba una prolongación de su vida y de su misión: más de trescientas Hermanas, animadas de su mismo espíritu. Hoy más de mil Dominicas de la Anunciata, sirven a Cristo en los hermanos: colegios, misiones, hospitales, asilos, residencias, obras sociales, colaboración con parroquias y Obras de Iglesia… todo un amplio abanico del servicio cristiano en Europa, América, África y Asia.